No todo lo grabado sobre sillares es una marca de cantero; a veces, ni llega a la categoría de signo epigráfico. En ocasiones nos hallamos ante un burdo acto vandálico consistente en dejar nuestra impronta rayada sobre la piedra blanda, por la simpleza de violentar el silencio de un paramento inmaculado con un objeto puntiagudo, la punta de un grafito, rotulador; o mancharla con pintura, tiza o yeso. Parece que sintamos envidia que el muro haya resistido el paso del tiempo y lo mancillamos, faltándole el respeto que merece. A menudo, el visitante o turista desea perpetuarse, grabando el anagrama con su nombre y una fecha de visita, registro de su acto más atroz.
Estos actos, desgraciadamente, no se dan sólo en nuestra época de locura. Hubo otros tiempos (finales del XVIII y todo el XIX) donde la gente viajaba y marcaba los edificios como quien tacha el número de la estampita que colecciona. Nada hay más estúpido y borreguil que leer sobre una pared de yeso: "Aquí estuvo MNA 12-8-70", como si hubiera alguien en el universo que le importara siquiera su existencia. Estas marcas son reconocibles, pero hay otras que nos pueden llevar a error. Conocer las evidencias que nos ayuden a diferenciarlas es básico para el cazador de signos y marcas de cantero que busca ese dato relevante para seguir su investigación.
Por ello, me parece conveniente que antes de hablar de análisis y explicación interpretativa de las marcas de cantero (que a veces generalizamos como signos lapidarios) deberíamos asegurarnos de que el signo que tenemos delante es una marca de cantero y no el resultado de una impronta posterior o, como hemos comentado, algo peor: un acto de vandalismo execrable. Históricamente, todos los signos lapidarios, sean marcas de cantero o improntas arbitrarias de personas ajenas al oficio, son importantes porque forman parte del edificio y, por ello, son aditamentos de su idiosincrasia, del correr del tiempo, que podrían aportar datos.
Por ello, antes de registrarla para su posterior análisis, preguntémonos si es, o no, una marca de cantero. Pero, ¿cómo reconocerla? Existen algunas evidencias que deberían orientarnos. La primera, su morfología. Generalmente, las marcas de cantero respetan un modelo geométrico, por muy compleja que puedan parecer. Si no es así, es muy probable que se trate de un grafito, o la huella de algún visitante desaprensivo. Después, debemos observar su ubicación. Las marcas de cantero aparecen sobre un único sillar, generalmente un vértice. Nunca comparten dos o más bloques y su tamaño varía, desde una séptima parte de la superficie total, los más pequeños; a un cuarto, los mayores.
El cantero está habituado a emplear formas abstractas para expresarse. Su trabajo diario consiste en nivelar, escuadrar y alisar superficies; por lo que, la geometría está muy presente en él. Cuando traza una vertical, ésta debe respetar la "plomada"; una horizontal se trazará en función de la vertical del suelo y la ayuda de la escuadra; un círculo, o porción de círculo, es inconcebible que se confeccione sin compás, a mano alzada. El rigor del trazado forma parte de su cometido, la exactitud y el respeto a ese trazado es parte de su compromiso con la obra; por tanto, cuando traza una línea "descuadrada" habrá que interpretarla desde la óptica de la intencionalidad: el cantero quiso decir algo con esa aparente "imperfección".
Finalmente, una marca de cantero siempre se ejecuta con herramientas de cantero, porque está convencido de que para perpetuar la marca debe incidir sobre la superficie de la piedra labrándola con puntero para abrir un surco trabajado; o empleará una plantilla como guía para rayar profundamente la superficie. No se limitará a marcarla superficialmente.
Resumiendo, asegurémonos de que la marca posee algún comportamiento geométrico, está ubicada en un sitio inaccesible al turista, ocupa un sólo sillar y está confeccionada con herramientas de cantero, antes de valorarla como marca de cantero.
© Álvaro Rendón Gómez