Sabemos que los canteros tallaban en los sillares marcas que servían para identificar su trabajo. Aunque existen multitud de teorías sobre el significado de estos signos labrados en la piedra de los templos medievales, parece evidente que, con independencia de las posibles interpretaciones simbólicas, se trata de un lenguaje de orden geométrico cuya lectura puede aportar información sobre los principios de la Geometria Fabrorum que, al fin y al cabo, era la auténtica fuente de conocimientos de aquellos maestros de la escuadra y el compás.
Si la ordenación tipológica y la ubicación de las marcas de cantería pueden ayudar a determinar la cronología de las diferentes fases constructivas de un edificio, también su estudio se puede abordar como si fuese un código revelado en función de los métodos empleados para realizar la proyección del trazado regulador.
Convencidos de que Dios se revela en toda su plenitud dentro de la fraternidad que trabaja para su gloria, la comunidad operativa revelaba a sus nuevos miembros su razón de ser. En ella se aprende el oficio de hombre y, como afirmaban los antiguos estatutos del cantero, «quien quiera convertirse en maestro debe conocer el oficio». La fraternidad los guía por el camino de un conocimiento tan esbelto como un arbotante, tan poderoso como una torre, tan sereno como un ábside…
En ella, el Aprendiz se inicia en el misterio, comulga con los símbolos y aprende los secretos del oficio mediante una serie de rituales prácticos, derivados del trabajo operativo primitivo. Para la concepción medieval del mundo, la visión limitada del trabajo a pie de obra era suficiente para el cantero. Bastaba recorrer con la vista las imágenes alegóricas representadas en el plano de la fachada, organizadas en celdillas y dispuestas según una secuencia de lectura, para relacionar ese orden anecdótico con la geometría significativa que hallaría en el interior.
Por motivos prácticos, la Geometría Clásica, heredada de los agrimensores egipcios que la aprendieron a su vez de los antiguos sumerios, emplea únicamente la regla y el compás. Una regla lisa, sin marcas de medida, con un sólo canto y un compás que traza arcos de circunferencia entre puntos previamente hallados, pero no transporta medidas.
Los problemas constructivos que el geómetra debía solucionar con esta Geometría eran muy variados. Desde unir dos puntos por medio de un segmento y hallar un punto equidistante de ambos, contenido o exterior a los mismos; lo que, en consecuencia, implicaba el conocimiento de las propiedades de la Mediatriz, que podía transformarse en Bisectriz cuando se trataba de hallar puntos equidistantes de dos rectas concurrentes (ángulo). Ambos conceptos se podían ampliar, además, a la división y trisección del ángulo recto, y el trazar rectas perpendiculares o paralelas entre sí. Thales de Mileto descubrió un teorema que permitía la división proporcional de segmentos; pero tuvo que esperarse a la llegada de la Geometría axiomática de Euclides para que esos incipientes procedimientos dieran sus frutos. ¿Cómo se entendían y aplicaban en la Edad Media conceptos tan básicos como dimensión, proporción y simetría; igualdad, equivalencia o semejanza?
En el siglo XIX,cuando se iniciaron los estudios gliptográficos, los primeros investigadores sostenían que su origen se remontaba al antiguo Egipto, Mesopotamia, Grecia y Roma. Hasta ese momento las marcas de cantería no suscitaban un gran interés ni se estudiaban. Como su nombre indica, son signos grabados con cincel, buril o puntero en las piezas regularizadas que se empleaban para la construcción en la antigüedad. Aparecen por primera vez en los templos y monumentos egipcios y los palacios cretenses (2000 a.C.).
Son símbolos o figuras geométricas de lo más variado grabadas por los canteros que en la Edad Media representaban realidades o ideas abstractas mediante sus rasgos, figuras y atributos. Estas figuras grabadas en la piedra también son denominadas signos lapidarios, término que proviene del latín lapis, lapidis (piedra) y signo grabado. Su morfología está tomada del lenguaje de los oficios medievales. En el claustro de la catedral de Santiago, en el suelo de la planta baja, pueden verse gran cantidad de marcas a modo de planos que fueron utilizadas por los canteros para labrar las piedras que luego formarían los arcos de la bóveda.
No todo lo grabado sobre sillares es una marca de cantero; a veces, ni llega a la categoría de signo epigráfico. En ocasiones nos hallamos ante un burdo acto vandálico consistente en dejar nuestra impronta rayada sobre la piedra blanda, por la simpleza de violentar el silencio de un paramento inmaculado con un objeto puntiagudo, la punta de un grafito, rotulador; o mancharla con pintura, tiza o yeso. Parece que sintamos envidia que el muro haya resistido el paso del tiempo y lo mancillamos, faltándole el respeto que merece. A menudo, el visitante o turista desea perpetuarse, grabando el anagrama con su nombre y una fecha de visita, registro de su acto más atroz.
Estos actos, desgraciadamente, no se dan sólo en nuestra época de locura. Hubo otros tiempos (finales del XVIII y todo el XIX) donde la gente viajaba y marcaba los edificios como quien tacha el número de la estampita que colecciona. Nada hay más estúpido y borreguil que leer sobre una pared de yeso: "Aquí estuvo MNA 12-8-70", como si hubiera alguien en el universo que le importara siquiera su existencia. Estas marcas son reconocibles, pero hay otras que nos pueden llevar a error. Conocer las evidencias que nos ayuden a diferenciarlas es básico para el cazador de signos y marcas de cantero que busca ese dato relevante para seguir su investigación.
La costumbre de grabar signos en la piedra es tan antigua como la civilización humana, incluso mucho anterior a la aparición de las primeras lenguas escritas. Desde la más remota antigüedad el ser humano ha desarrollado diversos sistemas de signos para indicar su identidad étnica, familiar o social y para consignar la autoría de las manufacturas.
Entre los siglos XI y XIII se produjo un extraordinario auge de la construcción. En apenas cien años, sólo en Francia, se llegó a acarrear más piedra que en cualquiera de los periodos de la historia del Egipto antiguo. Tal fervor constructivo propició el desarrollo de una promoción de artesanos y maestros que trajo consigo una especialización del trabajo que culminaría en un nuevo estilo arquitectónico: el gótico [1].
Los gremios de constructores y artesanos de la piedra gozaban de un estatus muy superior al de otros oficios y tenían privilegios jurídicos y económicos que eran otorgados por los monarcas y las autoridades locales [2]. El maestro de obras no sólo debía saber de mecánica e ingeniería, sino también estar formado en geometría; una especialización que conllevó una mayor consideración social y el desarrollo de nuevas técnicas constructivas que culminaron con las soluciones que fueron aplicadas en la arquitectura gótica. Conocimientos que fueron plasmados en las obras que levantaron a la mayor gloria de Dios.
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