Para los Maestros venidos del mar, los supervivientes de la primera Humanidad destruida, la sabiduría constaba de un Principio Creador inmutable del que procedían tres Leyes fundamentales que actuaban en todos los planos del Universo. Con el tiempo la clave se perdió. De aquel mensaje transmitido bajo formas metalingüísticas sólo quedó el soporte estéril de unos símbolos que confundían o eran utilizados por otras disciplinas interpretativas, como la Alquimia, la Gnosis o la Cábala.
El Saber, definitivamente, quedó relegado. La sociedad primó el tecnicismo estéril, y el ser humano se dejó conducir por la lógica y la razón materialista. Las viejas fórmulas de aprehensión del conocimiento directo, la capacidad de leer entre líneas o de extractar contenidos por simple observación, dejaron de ser útiles, no servían para leer planos, fabricar piezas de complicados engranajes, levantar estructuras de acero o comprender la aerodinámica, por ejemplo.
Esta experiencia sensible, educada a leer estructuras geométricas inmateriales y abstractas, es la única capacitada para leer mensajes codificados con algún tipo de Geometría vital, que aplicaron a lo largo y ancho de los templos de una determinada época. Esta Geometría vital, como procedimiento de control de la forma y las medidas, es el principio del orden que impera en el templo. A través de ella, la clave puede rescatarse y el mensaje oculto, al fin, leído.
Validar el método seguido por el cantero para marcar los sillares nos brindará la oportunidad de proponer algunas hipótesis sobre la funcionalidad de las mismas. Puesto que las formas utilizadas son esquemáticas, con una estructura geométrica que respeta un modelo básico de red (triangular, cuadrangular o circular), el método más apropiado para este análisis previo debe ser necesariamente geométrico.
Una de las conclusiones que se desprenden del análisis de más de trescientas marcas grabadas en los edificios sacros levantados entre los siglos XIII y XVII; siguiendo estilos que van desde el románico al pre-gótico, gótico y proto–gótico, durante una etapa en que la Cristiandad levantaba las más monumentales iglesias y catedrales de su historia con los rasgos comunes de su factura por procedimientos lapidarios (grabados o rayados con un cincel fino o puntero), es que debió existir una directriz que ordenaba tanto las formas como la ubicación de las marcas y que hubo muy pocos canteros de los llamados libres, no sujetos a la disciplina de una Cofradía o Hermandad, que no conocieran las señales de aquéllas.
Tras el análisis de la orientación de la ermita de San Bartolomé de Ucero, que nos permitió descubrir la naturaleza astronómica del mensaje que habría sido preservado en una singular marca de cantería, creció nuestro interés por estos signos labrados en los muros de los templos medievales. Sabemos que los canteros tallaban en los sillares marcas que servían para identificar su trabajo.
A pesar de que existen multitud de teorías sobre el significado de estos signos labrados en la piedra de los templos medievales, existen suficiente evidencias, con independencia de las interpretaciones simbólicas, de que se trata de un lenguaje ante todo de orden geométrico, cuya lectura puede aportar información sobre los principios de la Geometría Fabrorum que, al fin y al cabo, era la auténtica fuente de conocimientos de aquellos maestros de la escuadra y el compás. A este grupo de marcas de cantero las hemos denominado "marcas de trazado", en tanto sus proporciones son notables y guardan ciertas semejanzas con las trazas de los templos donde se encuentran grabadas.
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Cuando el investigador se acerca por primera vez a los signos lapidarios cree descubrir en ellos un lenguaje nuevo, contenedor de mensajes esotéricos. Si alguna vez en la Historia de las marcas esto fue así, no tendríamos la menor probabilidad de descifrarlos porque las claves se perdieron hace siglos, y aunque así fuese, ¿cómo podríamos tener la certeza de haber dado con el mensaje correcto? La salida que nos queda es la de especular sobre los poquísimos datos contrastados que tenemos, adoptar una actitud más creativa e intuitiva en su interpretación y trasladar nuestra mentalidad moderna a la del cantero medieval.
Esta propuesta es difícil y, a la vez, arriesgada porque podría llevarnos a soluciones desconcertantes y sin valor. Necesitamos, por tanto, establecer límites a nuestra imaginación y dejar acotadas ciertas reglas básicas. Uno de estos límites sería consensuar una clasificación que funcione en el mayor número de niveles de lectura. Pero, ¿cuáles serían esos niveles de lectura? Parece obvio que sea la morfología de la marca la que nos llegue antes. Después, a otro nivel, la misma forma sugiere un parecido con algo conocido: natural o abstracto. Por último, el significado de la forma evoca significantes de tipo simbólico. Tres serían pues los niveles de lectura: formal, significativo o representativo y figurado o simbólico.
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El estudio de las marcas es reciente, debido a que la mayoría de los edificios medievales se encalaban una vez construidos, por lo que las marcas de cantería quedaron tapadas por una buena capa de pintura. Las marcas interesan a partir de la primera mitad el siglo XIX, con los primeros estudios sobre arquitectura románica y gótica. El primer interesado fue Mr. Lyon que descubrió en el Minute Book de la Logia de Edimburgo la relación de las marcas que aparecían grabadas en algunos sillares con los canteros.
Le llamó la atención el abundante número de figuras geométricas (ángulos, curvas, círculos…); un segundo grupo lo integraban números y letras; y, un tercer apartado, para los símbolos universales como el pentalfa de Pitágoras, el sello de Salomón, la estrella de seis puntas, la esvástica, la vesica piscis, etc. Godwin en 1841 informaba a la Society of Antiquaries mediante una nota en la revista Archeologia sobre la existencias de esas marcas en Inglaterra y el Sessional Papers nº 9(1868-1869) del Royal Institute of British Architects incluye ejemplos de marcas.
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Las marcas de cantería son signos, firmas y figuras geométricas, labradas con cincel fino, buril o puntero, lo que se refleja en la factura y corrección de las líneas del trazado, más regulares y estilizadas que las bastas líneas de los grafitos realizados por personas ajenas al oficio y sin emplear las herramientas adecuadas. Hay muchas teorías sobre sus posibles funciones y significados. A día de hoy, entre los investigadores no hay consenso, aunque en los últimos años las diferentes teorías están siendo objeto de una profunda revisión que pretende acabar con la dispersión conceptual debida a las diferentes propuestas surgidas desde que comenzaran los estudios de gliptografía a finales del siglo XIX.
En su conjunto, todas se ocupan del estudio de las formas de las marcas de cantería, sus analogías y diferencias; la observación del vigor y la corrección de los trazos, el análisis de las ubicaciones y la frecuencia en que aparecen en las construcciones. Según la teoría más conocida, los canteros medievales con sus marcas sobre la piedra trataban de establecer una contabilidad para cobrar el salario correspondiente. Aunque esto pudiera ser cierto en la mayoría de los casos, es evidente que muchos de estos signos no fueron grabados solo para cobrar por las piezas talladas y tenían otras funciones.
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